Querámoslo o no,
todos somos viajeros y exploradores.
Es cosa de sentarse y contemplar el paisaje,
por familiar que parezca y al poco andar (es un decir)
nos percatamos de que todo cambia,
la luz, los objetos cobran otra relevancia.
Estamos contemplando
en realidad que la tierra está girando
y si lo pensamos un poco
que somos testigos de que
a pesar de estar sentados, eppur si muove
por el cosmos a velocidades vertiginosas
aunque el movimiento de la Tierra
sea para nosotros muy sutil, suave y placentero.
Mirado con esos ojos, lo familiar
se revela de manera renovada y sorprendente,
iluminando aspectos desconocidos
de la propia naturaleza y de nosotros mismos.
Ni siquiera podemos contar
con que lo que vemos un día,
lo más destacado: un cerro, la cordillera,
el valle... será lo que veamos la mañana siguiente
o incluso en la misma tarde.
Una niebla, la luz de la mañana o el ocaso,
los espacios sombríos, todo va cambiando
y cobrando una relevancia distinta.
La bruma las nubes, el smog
o la transparencia de los cielos
después de la lluvia...
todo cambia imperceptible
pero inexorablemente.
Y si no fuese así, uno cambia,
los estados de ánimo, las circunstancias
que hacen que lo observado
resulte completamente diferente.
El paisaje nunca es el mismo
y tampoco nosotros...
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