Artefactos
por Beltrán Mena
Diario El Mercurio, Artes y Letras,
Domingo 24 de agosto de 2008
En lugar de tener una persona inteligente a cargo de recibir los
pedidos de pizza, las empresas prefieren invertir en un software
adecuado, al cual se le introduce la inteligencia necesaria (el
know-how), que les permita luego contratar personal muy barato y sin
entrenamiento para apretar los botones de la pantalla. Pero por bien
diseñado que esté un sistema, la realidad presentará siempre
situaciones no contempladas por los ingenieros.
- Pizza Tutti, habla Fredi...
- Quiero una mediana de carne con cebolla y una grande de jamón con piña.
- Un momento. ¿Su teléfono...?
Se lo damos.
- Su dirección...
Y así recorremos varias pantallas que nos obligan a desmenuzar nuestro
apetito en la forma que le conviene al sistema: grosor de la masa,
tamaño y una serie de parámetros. Cuando llegamos a los ingredientes,
se nos antoja un cambio:
- Espera, la pizza chica la quiero de grosor mediano.
- ¿Sólo la chica?
- La chica.
- Es que no me ha dicho el segundo ingrediente.
- Después lo vemos.
- Momentito, por favor -suspira.
Se oye una señal del computador, y luego:
- Pizza Tutti, habla Fredi...
La próxima vez no será Fredi, sino Toño. Porque la persona es
intercambiable. La inteligencia ha abandonado el cerebro -su ubicación
tradicional- y se la ha colocado afuera, en pantallas de computador.
El cerebro conserva el pequeño rol de entender el pedido del cliente
("sandwich") y apretar el botón correspondiente (con la foto de un
sándwich).
No es la única función que hemos cedido -alegremente- a algún
artefacto. Para juntar a 3 amigos a un almuerzo se requieren 18 mails
y -llegado el día- una serie de llamadas por celular (digamos, diez).
Finalmente todo converge y nos reunimos en un lugar distinto al
original, media hora después del plan y no con todos los amigos al
mismo tiempo, uno llega más tarde, el otro tiene que irse antes... La
planificación se ha reemplazado por una red de comunicación adaptativa
que de funcionar, funciona, pero que es poco eficiente.
También el sentido del paisaje está abandonando nuestra cabeza. El GPS
-militar en sus comienzos, luego deportivo- viene ahora integrado a
los autos y a los celulares y nos informa con precisión dónde estamos
perdidos (70º 31' W / 34º 16' S). Un amigo me llevó hace poco a un
encuentro en Los Andes. Ingresamos las coordenadas de destino en el
flamante aparato y fuimos doblando ciegamente en cada cruce hasta que
llegamos, a la hora exacta en que comenzaba el seminario, a una mina
de cal. "Hay que calibrarlo", dijo.
Nuestra cabeza dejó también de orientar nuestros intereses, para
confiarlos a lo que nos ofrezca el TV cable. El zapping es la
esperanza de encontrar, un click más allá, algo que andamos buscando
pero que no podemos definir.
Cada uno de estos avances cumple una función práctica -inmediata- que
garantiza su adopción. Pero sin toma de decisiones, sin anticipación,
sin sentido del paisaje, sin intereses personales, lo que aparece es
una nueva pregunta: ¿Cón qué sorpresa nos encontraremos dentro de
nuestra cabeza cuando debamos asomarnos allí porque se cortó la luz?
blogs.elmercurio.com/cultura
La cabeza ha ido perdiendo sus funciones tradicionales.
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